VERSOS EN SOMOZA

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sábado, septiembre 26, 2020

 El 26 de septiembre, inmersos en plena pandemia de Covid 19, se presentó en Valladolid Letraherido de la mano de David Acebes y Pedro Ojeda, la Quilma del sembrador ( y la clemencia de Maldoror). En dicha compañía y en ese contexto es facilísimo recrearse en cada palabra, en cada verso, en cada idea que los sujeta, el espacio creado por Pedro Ojeda y en esta ocasión recreado por el poeta vallisoletano David Acebes es un lujo sin igual para el mundo de la literatura en Castilla y León. Mi agradecimiento es infinito pero no flor de un día, que a ese infinitud se una la eternidad ;)







martes, mayo 26, 2020


 

Gracias a CrÁtera y a David Acebes Sampedro.









LA QUILMA DEL SEMBRADOR

 

         Confluyen en la poética de Cristina Flantains una suerte de «neosurrealismo», que bebe directamente de las procelosas aguas del Conde de Lautréamont, y un «misticismo posmoderno» que, por lo que a mí se me antoja, no tiene parangón en el seno –siempre hostil y poco acogedor- de la actual poesía en lengua castellana.

En efecto, como podemos advertir en su nuevo poemario La quilma del Sembrador (y la clemencia de Maldoror), publicado en exquisita edición por la siempre fiable editorial Eolas, la escritora leonesa, afincada en su particular locus amoenus de Castro del Condado, glosa “a lo divino” (como hiciera, verbigracia, San Juan de la Cruz con los versos de su admirado Garcilaso de la Vega) una de las obras más representativas de todo el siglo XIX, Les Chants de Maldoror.

         Sin embargo, lejos de emular a Isidore Ducasse (paradigma de poeta maldito) y despotricar contra el Dios que “engendró” la basura del ser humano, Flantains adopta –con su característico verso libre y su prosa poética que sirve de frontispicio a los tres capítulos que conforman su glosa- una actitud más contemplativa, a la par que mística. En este sentido, puedo afirmar sin tapujos que su voluntad poética se encuentra no muy lejana a la del místico “profano” que fue (si se me permite la boutade) Juan Ramón Jiménez, siempre encerrado en su torre de marfil en busca de su particular Dios cuántico, que fuera a la vez “deseante y deseado”.

         Dice Flantains en uno de sus primeros poemas: «¡Ojalá pudiese quedarme para siempre / con el Sembrador de Estrellas!». Para la autora de estos versos, que intertextualizan la bella metáfora que escribió Antonio Machado, Dios –no el católico, por supuesto, sino el posmoderno- es un ente superior y desconocido, Creador de todas las cosas y cuya existencia –por más que a algunos nos parezca disparatada («Te veo y no Te veo / Te siento y no Te siento»)- se deja sentir en lo más minúsculo y cotidiano («Remera soy en la taza de café») hasta en lo más grande y alejado («a la suerte de un impulso sideral»).

         Como bien sabe la autora de Phi, siempre en busca de un «equilibrio áureo», Dios es invisible, como lo son, por ejemplo, las partículas subatómicas o las estrellas más lejanas que se escapan del alcance de los más modernos telescopios fabricados por el hombre. Pero eso no quiere decir que no existan, sino que, como poetas que somos, con ojo siempre avizor, estamos obligados a ir más allá e intuir lo inefable («Llegar a las cosas que no tienen nombre», nos recuerda la poeta) en un viaje trascendental que nos convierta en cáusticos proletarios al servicio de un «Dios muerto».

Pues en eso consiste, precisamente, el «misticismo posmoderno»: en creer en la existencia de un Dios que no existe. Insiste el oxímoron: «oraba a sus dioses marranos por él / con tanta fe que daba miedo». Si Dios no existe, si se ha convertido con el paso de los años en una simple «fruslería», no deja de ser sintomático que malgastemos nuestras efímeras vidas en una eterna búsqueda que no tiene fin. De hecho, si por un momento nos parásemos a pensar, parecería lógico concluir que, como hace Maldoror en su libro, solo cabe -en este infierno que nos ha tocado soportar- pedir clemencia y limitarse a vivir el presente.

         En este sentido, la poemogonía de Cristina Flantains guarda muchas concomitancias con las enseñanzas del maestro vallisoletano Jorge Guillén: «por él vivo, por él respiro, por él acontezco». O dicho de otra forma: mientras podamos decir que respiramos (que el aire es nuestro), podemos decir también que vivimos y, por lo tanto, que acontecemos en un «instante vivido». En lo poético, no hay pasado ni futuro, solo un jubiloso «Ahora» que como un «presentimiento transversal» atraviesa nuestra insignificante historia particular y la de todos.

Y es que, en resumidas cuentas, lo que propone Cristina Flantains en La quilma del Sembrador es que nada hay más allá de la muerte: nada hay detrás de un Dios entendido como eterno descanso… Pues que así sea y así cumplamos su voluntad, exprimiendo la vida que nos ha tocado vivir verso a verso, estrofa a estrofa… Hasta alcanzar el último y definitivo verso de nuestras vidas.

 

David Acebes Sampedro




lunes, diciembre 16, 2019

Samuel encontró su sitio... no podía ser de otra manera.





Samuel Pound llega a casa cansado después de una larga jornada de trabajo. Amarradito como a clavo ardiendo a la ceremonia de sus cosas, antes de abrir la puerta del piso, se quita las botas y entra descalzo. Sin encender la luz del pasillo se dirige a su cuarto y las coloca allí, luego se va al cuarto de baño se pega una ducha y se afeita e, inmediatamente después, cena en la cocina silenciosa y vorazmente. Aunque es Noche Buena su vieja madre y él hace mucho que no celebran nada. Una vez limpio su corpachón y satisfecho el apetito, la sensación tediosa del día amaina y toma un nuevo rumbo envuelto en el amoroso abrazo que le proporciona la tela gastada del pijama. Antes de recoger los platos de la cena, mientras enreda con un mondadientes en la boca, estira las piernas y disfruta de la sensación placentera que da el no tener nada más que hacer. Después se va a la salita. A Samuel Pound le gusta estar bien informado, por eso los noticiarios son sus programas favoritos, los escucha con atención y con los datos que entresaca de tanta palabrería, traza sus propias conclusiones y medita sobre ellas.
            A las diez, el reloj de cuco de la vecina da su señal horaria, lo hace con pulcritud en diez cucu que caen en obediente abandono por la espiral que marcan las astas del reloj: pasa el tiempo, imperturbable, con la fantasmagórica contundencia de  una onda sísmica. Samuel Pound bosteza, baja un poco el volumen del aparato y estirando un brazo abre el cajón de la cómoda y saca una caja de cartón que está llena de cosas inútiles, recuerdos entre los que hay un recorte de periódico doblado. Tras tomarlo lo desdobla mientras en su cara se empieza a dibujar una sonrisa y en sus ojos se vislumbra, una luz que recuerda la luz de una lámpara de gas inmersa en un paisaje boscoso, en una noche de invierno, tal vez Noche Buena como hoy, a la hora en que la niebla se posa sobre los caminos estrechos que trazan con sus  patitas cortas las alimañas subiendo o bajando de los abrevaderos. Y vuelve a leer el anuncio recortado de la sección de contactos:
“Teresa, 29 años, Madrid. Me gusta ir al cine, dar largos paseos bajo las estrellas o a la luz de la luna, pero no me gusta hacerlo sola: llámame.”
En el momento que lo saca de la caja parece un recorte de periódico, nada más, sin embargo, entre sus dedos, traduce levemente el latido de su pulso. Ha empezado a nevar.Teresa, 29 años. Entrecierra los ojos y es capaz de imaginarla sin dificultad, la habitación en penumbra se llena de Teresa, la ve con su faldita recta por encima de la rodilla y una chaqueta azul celeste colgada en el brazo, esperándole en la esquina de la placita a primera hora de la tarde. La ve sonreír al verle en la lejanía de la calle, mientras apura la acera presuroso porque llega tarde.
Acaricia el anuncio con la yema de los dedos, ladea un poco la cabeza suspirando:

¾Mañana sin falta la llamo por teléfono y planeamos de una vez nuestra primera cita.

Del mismo cajón de la cómoda saca un paquete de tabaco y enciende un cigarrillo, se levanta a abrir la ventana un poquito, no se desvía de allí mientras fuma para favorecer que el humo salga. Sigue nevando, pronto las campanas de la catedral convocaran a Misa de Gallo. Cuando esté con Teresa estas fechas serán otra cosa. Al hilo de este humo sinuoso y posiblemente en la voluptuosidad de esta curva que describe mientras asciende vuelve a ver a Teresa. Ya están caminando juntos y en su costado percibe la cercanía del cuerpo, el pecho casi apoyado en su brazo, las caderas que se rozan rítmicamente, ella habla despreocupada preguntándole como le ha ido el día, él observa cómo mueve los labio mientras le comunica sus pensamientos, como la comisura sonríe y finaliza en una arruguilla que en el futuro hará definitivo el gesto. Y de pronto la besa en la mejilla sin parar de andar y un vientecillo le agita los cabellos entre velando su nuca, cuando en una mueca risueña celebra el  tierno beso.
Da una profunda y última  calada. Mira al reloj. Tras apagar el cigarrillo vuelve a pensar que ya no son horas de llamar a nadie. En la televisión alguien está hablando de cómo celebran la navidad en un asilo, mientras Samuel se reprocha por qué siempre se decide a llamar a Teresa en el momento menos adecuado.
            ¾Mañana sin falta la llamo, aprovechando que es Navidad, será un bonito detalle felicitarle las Fiestas.

Se vuelve a sentar en el sofá, toma el mando a distancia y busca más noticieros pero ya en los canales internacionales. Aunque no entiende nada le gustan sobre todo los franceses, le suena bien la dicción y se concentra en la exposición que está haciendo una mujer, el tono, la musicalidad del idioma, la homogeneidad de la puesta en escena hacen que su ensoñación reviva con nuevos bríos: Van hacia el cine Avenida, Teresa y él, ahora la lleva agarrada de la cintura, le gusta el contacto con ese pedacito de carne que debajo de la blusa se pronuncia sobre la falda y le gusta sentir como se describe el camino en el movimiento de la cadera, y como se relata ahí minuto a minuto la meteorología de sus días.
            Mira al teléfono de reojo. Toma el papelito para devolverlo a la caja y lo relee otra vez. Si cuando empezó todo esto la hubiese llamado, quizá ahora podría estar con ella aquí, sentada a su lado en el sofá. Sería una novedad interesante no pasar unas navidades solo. Y Samuel se mueve ligeramente para hacerle un sitio, pasa la mano por el respaldo y la acaricia la nuca, ella le pide que la suelte, su contacto no la deja laborear con soltura un pañito a punto de cruz que está cosiendo. El piso no está mal, piensa él, con una mano de pintura y algunos muebles más iría sobrado para dos enamorados, y quién sabe si en un momento dado, si Teresa, 29 año, trabajase, podrían comprarlo. Por cierto, tendrían hijos ¿verdad? Relee: Teresa, 29 años. Sí, aún podrían tener críos.

¾Mañana sin falta la llamo, todas estas cosas ¡no las puedo decidir yo solo!

 Estira el papel de periódico suavemente. Con la uña desdobla una esquina que se ha arrugado y frunce el ceño: la decisión es determinante y los hijos por lo menos dos. Dando vueltas a este asunto va a la cocina  a tomarse un vaso de leche antes de ir a la cama. Tener hijos implica responsabilidad, lo sabe, y Teresa, de 29 años, de Madrid vuelve a estar ahí también, ha venido detrás de él a poner unas lentejas a remojo para la comida de mañana ¡qué se la había olvidado! dice. También dice, mientras deja caer un puñado de legumbres dentro de un cuenco, que tiene las piernas cargadas y luego, tras un silencio, le pregunta si la quiere y cuánto. Samule Pound la coge de la cintura para estrecharla contra su pecho demostrándole que sí, y en la refriega amorosa se cae el vaso al suelo y se rompe en mil pedazos. Están torpes, Teresa ya tiene una barriga considerable, aproximadamente en dos meses dará a luz, su primer hijo.
¾¡Samuel, qué haces, vete ya para la cama y deja de hacer ruido!

La madre de Samuel vocifera desde su habitación, es una anciana de muy mal genio  que lidia con sombras que Samuel no entiende:

¾Lo siento madre, ya recojo y me acuesto
¾¡Samuel! ¡Ya está bien! Apaga la luz y metete en la cama
Se va para su habitación directo antes de que una tormenta de voces y reproches rompa sobre su cabeza, en realidad debería haber pasado por el baño para orinar y lavarse los dientes, pero no se atreve, esperará a que se duerma y luego, con mucho, sigilo acabará de hacer lo que le queda pendiente. Y al acostarse, repasa mentalmente el número de teléfono que acaba de leer en el anuncio. Toma la almohada y la pone vertical a su lado,  abrazandola amorosamente:

¾¡Samuel! ¡¿Apagaste todas las luces?! ¾Grita la vieja desde la otra habitación
¾¿Apagaste todas las luces Teresa?
¾Sí Samuel
¾¡Sí mama!
¾Hasta mañana mi vida¾ es el hombre más feliz del mundo aunque solo sea por esta vez y Teresa 29 años, de Madrid se duerme también feliz acurrucada entre sus brazos.

sábado, agosto 31, 2019






TODO LITERATURA

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Cristina Flantains homenajea con su segundo poemario a “Los cantos de Maldoror” de Isidore Ducasse
POR JOSÉ ANTONIO OLMEDO LÓPEZ-AMOR


La lectura de algunos poemarios, además de comunicarnos el mensaje que quiere transmitirnos su autor, nos brinda referencias culturales que, en caso de tener que escribir una reseña sobre lo leído, no solo dan para mucho y facilitan dicha tarea, sino nos recuerdan o nos descubren autores, obras, épocas que merece la pena descubrir o recordar. Este es el caso de "La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror)", de la poeta leonesa Cristina Flantains, quien publica su segundo poemario en la colección Eria de poesía de Héctor Escobar (Eolas Ediciones).
Maldoror es el personaje de Los cantos de Maldoror (Isidore Ducasse, 1869), referencia intertextual directa, un arcángel del mal que enfrenta su ira a Dios y los seres humanos. Más conocido por el sobrenombre de Conde de Lautréamont, el libro de Ducasse lleva a su protagonista al extremo, al precipicio de su romántico culto a un mal que lo empuja a cometer asesinatos y toda clase de perversión y sadismo.
Esta referencia cultural no será la única que pueda entrever en los poemas el lector más avezado: Unamuno, Pizarnik, Chéjov, entre otros, parecen aflorar en ciertos momentos revelando los pilares que han conformado las lecturas fundamentales de esta autora.
Una cita de Antonio Machado al principio del poemario atribuye la inspiración del ser humano, y por tanto, el origen de la poesía, a un golpe de lira del “sembrador de estrellas”: concepción teísta del arte. En esa misma cita, Machado define la poesía como «unas pocas palabras verdaderas», confiriendo a ese soplo de génesis divinal una no menos sagrada condición de verdad. De este aserto podríamos concluir —si lo tomamos como apunte propedéutico— que bajo la obligada impostura y ficción que implica un dictado ajeno hallaremos una importante carga de verdad.
¿Qué puede haber en el costal de un sembrador —personaje de resonancias bíblico-machadianas—, sino semillas? La figura del sembrador es válida tanto en sentido literal (agricultor), como en sentido figurado (Dios), para asumir la personalidad del hablante lírico de La quilma del sembrador: alguien dador y protector de la vida: «Surgió entonces El Verbo en la carne ceñido / sucio de humores, como quien sale victorioso / de mil batallas, engarzado en una promesa, / amasijo de carne, sudor y lágrimas». Esta vocación demiúrgica parece constituirse como la antítesis de su homólogo ducassiano. Ya el subtítulo del libro nos previene acerca de esta conversión moral o suspensión de la actitud ofensiva: «y la clemencia de Maldoror». Este estadio nuevo de “clemencia” es propicio para la florescencia de experiencias, pensamientos y emociones: y es precisamente de todo ello de lo que se compone este libro.
La necesidad de amar, incluso a algo idealizado: dios, semidiós o arcángel; concentra en la voz del hablante lírico un poder de invocación capaz de convocar el mundo visible e invisible en sus palabras para tratar de —mediante su expresión— aplacar esa hambre: «Ábrase la puerta de / este corazón sin rumbo, / pues amar no es camino ni mapa ni guía. / Ábrase al abismo dulce / del infierno de tu pecho, / pues cuanto acontece solo yo soy, solo yo».
La verdadera quilma del sembrador es esa dicción de la vida en sus diferentes ámbitos de percepción. El alimento lector se presenta como una condensación vital, no exenta de digresiones, dudas y contrariedades, diseminada en una sutil y cronológica secuencia temporal.
Si al capítulo primero podemos adjudicar el tiempo pasado, algo deducible del empleo de los tiempos verbales o el ejercicio memorístico, podemos hacer lo propio con el presente y su adscripción al segundo apartado. Sin embargo, la tercera parte sería la menos rotunda, aquella que transparenta en menor medida ese escenario no ocurrido que nos espera y sucede a todo lo anterior. Es por eso que esa gradación temporal no es indiscutible y responde más a una percepción subjetiva que a algo demostrable.
Si en la obra homónima de Ducasse, su último canto era una pequeña novela (narrativa), también la prosa, como referencia directa al antihéroe de Los cantos, protagoniza en la obra de Flantains los comienzos de los tres capítulos, incluyendo diálogos de sus personajes. El paralelismo que se trasluce por el contraste de ambas obras sirve como analogía de una vida, una conciencia atravesada por la violencia y sus estragos.
Si Ducasse enfoca en su obra lo grotesco en primer plano como una ruptura del pensamiento y tradición de la época que supondría el origen del surrealismo, Flantains encuadra claroscuros equivalentes, pero en el fondo; intuimos siempre en sus versos una violencia latente que pervive en la zona reservada a la profundidad de campo.
Este poemario reafirma la voz poética de Cristina Flantains como poeta de proyección y la decanta como autora existencialista, y en considerable grado, culturalista: «No me cuentes tu vida de cilicios / de cómo vagaste por el Moriah / tramando la muerte, el dolor, la ruina entera». Las referencias al “Génesis” de la Biblia son constantes. Incluso, la autora traza paralelismos entre el amor a Dios y el amor a un ser humano que en algunos momentos se entrecruzan, algo que humaniza o sacraliza el texto, como al contrario, según el orden del elemento antecedente: «Tengo a mi Dios recogido en el cajón de la mesilla de noche».
El primer poema del libro, titulado “Prólogo”, y no accidentalmente, anticipa que la autora va a verter en sus versos —como un líquido— su savia interior, una ofrenda que aunará la inevitable ficción con sustratos biográficos. En el poema, la secuencia formada por «llena, colma, rebosa y luego se derrama» es muy gráfica en cuanto al paulatino proceso interior que experimentará el hablante lírico, y por extensión, el lector. A su vez, encontramos las palabras `sangre´ y `bebe´ en clara alusión a las crónicas vampíricas del famoso conde.
Conforme vamos llegando al final del poemario los poemas aglutinan mayor desenfado y visceralidad. El hablante lírico, no solo pretende amar a alguien grotesco, sino también aspira a transformarlo con su amor, desea domar ese ímpetu salvaje mediante el amor como única arma: «No hay conciencia en el espectáculo del dolor, / ni corazón, aún de bestia, que resista su contemplación».
Así, la luz se convierte en un elemento poemático de importancia capital. Tanto sus connotaciones, denotaciones físicas y figurativas la convierten en el símbolo y la metáfora central de todo el poemario: «Echada al azar me espera / en la hora nona con alguna veta de luz»; «Fue la luz, ¿verdad que sí? / Estamos aquí por eso».
A un arbitrario —en ocasiones— uso de la coma, debemos añadir el uso onomástico de la letra mayúscula, un recurso que descubre proposiciones apelativas que van dirigidas a un apóstrofe majestuoso: el dios amado de un femenino hablante lírico que implora ser querido: « […] méntaTe por bocas distintas, pláceme; / que el miedo que ahuyenta / me salve de esta tozudez tan necesaria. / Te veo y no Te veo».
Del lírico romanticismo del principio del poemario vamos pasando gradualmente a un pesimismo y desencanto comprensibles si tenemos en cuenta la empresa del actor protagonista: « ¡Dónde crees que estabas aquel día, / aquella tarde hecha de niño muerto! / De puro solo muerto, sin Dios, ¡muerto! / te lo digo yo: en la vida vacía».
Emesis incontenible, La quilma del sembrador supone un resplandor poético nacido entre la certidumbre y la duda, fervorosa oración, ruego de amor de reverberación épica inscrito en un lapso de templanza: «Quepo entera en tu mano abierta / y del abrigo de su calor yo me alimento / por él vivo, por él respiro, por él acontezco».
El último poema del libro lleva por título “Epílogo”, y hace las funciones como tal. Vida, camino y sueños son los tres elementos que componen su subtítulo y a cada uno de ellos —y en el mismo orden— están dedicadas sus tres estrofas. Esta correspondencia entre título, actores y estrofas, ya empleada en otros poemas, sirve de pertinente y esperanzador cierre a una magna súplica de amor que se corona —y conforma— con los laureles de la fe.
Para estar escrito en verso libre y sin rima, la poeta incurre en tal vez demasiadas asonancias, algunas de ellas producidas por la deliberada aliteración de escogidos vocablos. Este aspecto fónico favorece la aparición de una estructura prosódica ecoica que evoca a la lírica clásica.
El tono desnudo e íntimo de un diario, el talante dialogístico de una interpelación, lo confesional de una revelación; muchos son los cristales a través de los cuales Cristina Flantains proyecta su haz iridiscente. Su versatilidad formal, su sensibilidad, no hacen más que anticipar futuras obras interesantes para la que es ya una bibliografía a tener en cuenta

jueves, mayo 09, 2019


TamTam Press. La quilma del sembrador


(pincha aquí para ir a TamTam Press)





La poeta y narradora leonesa Cristina Flantains presenta este jueves 9 de mayo su segundo poemario, ‘La quilma del sembrador’ (Eolas Ediciones). Será en el bar cultural Ret Marut (León) a partir de las 20:30 horas. La autora estará acompañada por el también poeta Antonio Manilla y por el editor Héctor Escobar. Entrada libre.
Cristina Flantains saca a la luz este nuevo libro tres años después de su primer poemario, ‘Phi’(Piediciones, 2016). Y si aquél primer libro fue concebido como “un viaje a través del deseo, el azar, el tiempo y la muerte”, éste se nutre de experiencias y anhelos vitales que la autora introduce en su zurrón, como si fueran pequeños granos o miguitas que luego va soltando, poco a poco, para marcar el itinerario de ese camino inescrutable que nunca se desanda, y que en el fondo no nos conduce más que hacia lo que somos o incluso, con suerte, hacia lo que nos gustaría ser.
El título completo, ‘La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror)’, contiene una referencia expresa a “Los cantos de Maldoror”, un libro publicado en 1869 por el escritor Isidore Ducasse, más conocido por su seudónimo de Conde de Lautréamont, considerado el gran renovador de la poesía francesa del siglo XIX e incluso un precursor del surrealismo. Pero, a diferencia de Lautréamont (“Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura”), los poemas de Cristina Flantains parecen ahondar en lo que nos hace ser personas humanas y actuar de una forma u otra, a veces contradictoria, queriendo siempre ir más allá de todo, en el intento de entender qué hacemos en este mundo (“Y cuando consiga abrir / la puerta grande que en medio del muro / de ladrillo rojo espera, espera cerrada, cerrada, / será rayo de luz”), en el intento, también, de comprender cómo somos a partir del pensamiento y las emociones (“llegar a las cosas que no tienen nombre / bajo el celaje azul del áspero día / arisco como la palma que acaricia / con los nudillos rotos tras la ira urente”) y del amor (“Ábrase la puerta de / este corazón sin rumbo, / pues amar no es camino ni mapa ni guía”).
Como escribe Cary Gil Sáenz de Miera en la solapa, “Cristina Flantains es, sobre todo, una mujer creadora, espiritual, luchadora, y con la capacidad de expresar, tanto en la poesía como en sus relatos, la conmoción, ahora dulce ahora desgarradora, que mueve al lector en su quietud vital. Su escritura no deja a nadie indiferente pues toca todas las esferas del ser humano. Planteamientos vitales, políticos, amorosos, dudas existenciales plasmadas en letras armoniosas, palabras de exquisita belleza que son el reflejo de su personalidad. Nada esquiva, no huye de nada ni de nadie y se enfrenta a la hoja vacía desde su naturalidad, desde su yo auténtico de quien todo que transmitir”.
La propia Cristina Flantains reconocía hace algún tiempo —en una entrevista con Manuel Cuenya— que ella bebe de muchas fuentes literarias (“Machado sobre todas las cosas, Azorín, Unamuno, Baroja, Nabokov, Dostoievski, Chéjov,  las Brontë, James Austen, Pizarnik, Colette, Juan Pedro Aparicio, Mestre, Gamoneda, Doris Lessing, Alberto Chimal, Djuna Barnes, Stendhal…”), en una lista sin fin.
Su nuevo libro, que se abre precisamente con una cita de Machado (“Tal vez la mano, en sueños, / del sembrador de estrellas, / hizo sonar la música olvidada…”), está dividido en tres capítulos (cada uno de ellos arranca con una cita de “Los cantos de Maldoror”), encuadrados entre un prólogo y un epílogo que se podrían tomar como alusivos al sentido de la escritura y la eterna búsqueda de palabras verdaderas.

:: Dos poemas de ‘La quilma del sembrador’

PRÓLOGO
El latido y el vaso
Se llena
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuesen su casa
como si fuese la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma. Bebe.
— — —
EPÍLOGO
Vida, camino y sueños
Yo vivo en la vida que Tú vives
no hay otra vida en que vivir
y en Tus huellas encuentro mi camino
no hay otro camino que seguir.
y sueño los sueños que Te sueñan
no hay otro descanso más que en Ti

Eloisa Otero




El día 9 de Mayo del 2019  se presenta en León en el Ret Malut mi segundo poemario La quima del sembrador ( y la clencia de Maldoror). El editor es Hector Escobar con su sello editorial Eolas Ediciones. Me presenta  el poeta Antonio Manilla. A la guitarra el cantautor Javier Martín Marín. La preciosa  foto de la portada es de la fotógrafo Guada Gijon.

Un día para el recuerdo. Y  los agradecimientos son infinitos.
















Presentación

Uno no es crítico ni dueño de un blog de esos que van repartiendo carnet de poeta, pontificando sobre lo que sea la verdadera poesía. Uno no es crítico, sino humilde reseñista y, sobre todo, lector, así que vengo aquí a compartir mi impresión de lectura con vosotros del nuevo libro de Cris Flantains, un libro que viene a confirmar una voz, que es a lo que aspira cualquier poeta que sea consciente del exceso de ruido —también literario— que hay en el mundo e incluso en pequeñas ciudades como la nuestra.
Mi impresión de lectura: unas pinceladas personales sobre las que algo seguramente dirá después la autora, desde luego con toda la autoridad del mundo.
Y seré breve: estamos todos aquí para escuchar los nuevos poemas de este segundo libro de Cristina Flantains, La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror). El protagonismo está reservado a ella y a sus poemas.

Si me exigieran resumirlo en una sola frase, diría que estamos ante un poemario de corte existencial, un libro de dudas y certezas.
Y, luego, que a mí me parece que tiene tres secciones dedicadas, grosso modo, a Pasado-Presente-Futuro.
Y, además, tres poemas en prosa que se titulan como “capítulos”, no estoy seguro si como señalando cierta intención narrativa, esa sería la primera cuestión que, de estar a ese lado de la mesa, yo le haría a Cris en el turno de preguntas.
Tres poemas en prosa inspirados en Los cantos de Maldoror de Lautréamont, un poema que desde su publicación en el siglo XIX se ha considerado sin posible exégesis ni glosa. Hay que leerlo.
LosCantos, siempre se ha dicho, hablaban del Mal con mayúscula. Pero conocemos una carta de Lautréamont a su editor, que se resistía a publicar su libro, donde dejó escrito: «He cantado el mal como lo hicieron Byron, Milton, Baudelaire, etc. Naturalmente he exagerado la nota para innovar en tan sublime literatura que solo canta la desesperación para oprimir al lector y hacer que desee el bien como remedio…».

La quilma del sembrador. El sembrador es un personaje machadiano de Soledades. Galerías. Otros poemas. Con su cita se abre el volumen.

Tal vez la mano, en sueños,
del sembrador de estrellas,
hizo sonar la música olvidada

como una nota de la lira inmensa,
y la ola humilde a nuestros labios vino
de unas pocas palabras verdaderas.


 “Lo que viene de fuera”: el que siembra y acaso no mira por lo sembrado nunca más, quizá un dios indolente, cuya indolencia es nuestra libertad. O la poesía. “Unas pocas palabras verdaderas”: eso es la poesía. Ese breve poema de Antonio Machado era toda una poética.
El poema Prólogo del libro de Cristina Flantains también lo es: nos pone sobre aviso.


El latido y el vaso

Se llena
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuera su casa
como si fuera la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma.Bebe


         Ofrenda del corazón, su sangre va a ser ofrecida para que la leamos en el caliz del libro “unas pocas palabras verdaderas”.

Capítulo 1:
Maldoror: sintaxis rota, alterada. “Un infeliz que un día fue bueno y fue feliz”. Desamparo. Remordimiento. También “la imposibilidad de dejar de ser”.
He dicho que cada una de las partes a mí me parece que está dedicada a un tiempo, pero no es algo indiscutible.
Aquí comienza el pasado: “aquellos días sin nombre ni equipaje”. Y la música de las estrellas, en ese “impulso sideral” del que Claudio Rodríguez ya nos advirtió que la luz viene del cielo siempre. Se producen algunas rupturas barrocas del lenguaje. Se nos presenta al amor como monstruo que gira en el que acaso sea el único poema netamente amoroso de todo el libro, titulado “El encuentro”. Recuerdo una escena original de Maldoror: cuando clama por un hombre que sea bueno, pidiendo que le muestre ese monstruo. Acaso nos esté aquí indicando Cris algo sobre el amor y el bien.
Me parece que predominan en esta primera sección la insistencia del azul y de la luz y de la memoria. “Dudas, horas silenciadas y sin sangre”. “La luz que es silencio”.

Capítulo 2:
Esta segunda entrada de Maldoror versa sobre el “vacío” que quedaría tras una hipotética eliminación del Mal. “Luz así no queremos”, nos dice la poeta. Retoma imágenes de Los cantos, como las de la luciérnaga gigante y la prostituta. “Querer ser como se es”. “Hacer de su miseria grandeza”. Este poema plantea dudas sobre la verdad y sobre lo divino.
Quiero citar ahora la foto de cubierta que el editor ha puesto al libro, una foto virada de color, la imagen de unos árboles en un pantano. Una sugerencia especular, antagónica, bipolar. Muy pertinente: ilustra lo que no comprendemos del todo.
Es el tiempo que a mí se me antoja el presente.

La casa

Mi casa tiene unas puertas grandes
en medio de un muro de ladrillo rojo
y tiene, también, un esbelto tejado
que hace resbalar la nieve y la lluvia
casi sin dales tiempo a tocarlo.
Detrás de las puertas cerradas, cerradas,
debajo del tejado  de acertada cumbre,
dentro del muro de ladrillo rojo
están los restos de un viejo fuego
y los pedazos de algún cataclismo
y una vieja maleta que alguien
se olvidó de deshacer.

         Mi casa es poniente,
punto cardinal del punto donde
el sueño sueña, es instante que crucifica,
la gota de sangre que redime,
la risa que no cesa. Y cuando consiga abrir
la puerta grande que en medio del muro
de ladrillo rojo espera, espera cerrada, cerrada,
será rayo de luz.


También escribe un nombre en una pared para no olvidarlo, pero el muro termina derrumbándose por la acción del tiempo.
Nos dice que tiene “la espalda desollada de no entender”.
Aparecen poemas de madre o hijo o hermano: “hay que hablar de vivir”, subraya al poco, ya en la tercera parte.
Debemos “supurar en clave de amor” las heridas. “Vivir en silencio ajeno”, acallando la rabia del vivir.

Capítulo 3: 
Es el futuro. El momento sobre el que “sospechar sin tregua”, eternamente. Y, sin embargo, esta sección aborda, me parece, la esperanza y el sueño por los que se vive y se alienta.
El sueño o sueños en que se encuentra en cada jornada motivo “para amar la vida sobre todas las cosas”.
Una vida sin dioses, una ética civil, laica. Nos habla en algún poema de “los yonquis del perdón”, los “colgados de la vida eterna”, aquellos que ponen fuera del hombre la razón de su esperanza.
“De perro echado al sol aprendiz eres”, nos dice volviendo a trastocar las cláusulas de la oración al modo barroco, con sintaxis latina, recordando al perro Diógenes, al desnudo Diógenes el Cínico, que respondió a Alejandro Magno, cuando este le ofreció que le daría lo que pidiera: “Apártate, que me quitas el sol”.
“La contaminada caridad” es abatida en un solo verso, que la define así: “conciencia que se vacía en infierno ajeno”.  De las tres virtudes teologales del cristianismo, fe, esperanza y caridad, ya nada más queda una esperanza en el sueño. Y, acaso, en “la rabia que nace de la injusticia”.
Aquí uno recuerda la definición que Camus dio: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”.
Pero en otro poema, un poema tremendo, estupendo, Cristina —con esto termino— envidia, desde el vacío existencial, su ansia de poder tener al menos “miedo”.
Nos confiesa: “Nada pretendo de este tiempo que transito”.

Antonio Manilla

jueves, febrero 14, 2019


Historia de cómo Luci Law se enamoró de una silla fue publicada en el blog Tulectura ( Espacio de la ULE dedicado a la lectura) con motivo  de la celebración del día de San Valentin del 2019









(Fotografia de Andrew Wilcox – Mujer en Sillla Peacock-L, creación  del estudio canadiense de diseño   UUFI. 2011)


Luci Law era ese tipo de chica que siempre lo tenía todo claro, además poseía un carácter equilibrado que le permitía proyectarse muy bien en su entorno aunque sin llegar a ser tan atorrante como un amado líder. 

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