El 26 de septiembre, inmersos en plena pandemia de Covid 19, se presentó en Valladolid Letraherido de la mano de David Acebes y Pedro Ojeda, la Quilma del sembrador ( y la clemencia de Maldoror). En dicha compañía y en ese contexto es facilísimo recrearse en cada palabra, en cada verso, en cada idea que los sujeta, el espacio creado por Pedro Ojeda y en esta ocasión recreado por el poeta vallisoletano David Acebes es un lujo sin igual para el mundo de la literatura en Castilla y León. Mi agradecimiento es infinito pero no flor de un día, que a ese infinitud se una la eternidad ;)
EN LAS NUBES
BLOG DE LITERATURA
sábado, septiembre 26, 2020
martes, mayo 26, 2020
LA
QUILMA DEL SEMBRADOR
Confluyen
en la poética de Cristina Flantains una suerte de «neosurrealismo», que bebe
directamente de las procelosas aguas del Conde de Lautréamont, y un «misticismo
posmoderno» que, por lo que a mí se me antoja, no tiene parangón en el seno
–siempre hostil y poco acogedor- de la actual poesía en lengua castellana.
En
efecto, como podemos advertir en su nuevo poemario La quilma del Sembrador (y la clemencia de Maldoror), publicado en
exquisita edición por la siempre fiable editorial Eolas, la escritora leonesa, afincada en su particular locus amoenus de Castro del Condado,
glosa “a lo divino” (como hiciera, verbigracia, San Juan de la Cruz con los
versos de su admirado Garcilaso de la Vega) una de las obras más
representativas de todo el siglo XIX, Les
Chants de Maldoror.
Sin
embargo, lejos de emular a Isidore Ducasse (paradigma de poeta maldito) y
despotricar contra el Dios que “engendró” la basura del ser humano, Flantains
adopta –con su característico verso libre y su prosa poética que sirve de
frontispicio a los tres capítulos que conforman su glosa- una actitud más
contemplativa, a la par que mística. En este sentido, puedo afirmar sin tapujos
que su voluntad poética se encuentra no muy lejana a la del místico “profano” que
fue (si se me permite la boutade)
Juan Ramón Jiménez, siempre encerrado en su torre de marfil en busca de su
particular Dios cuántico, que fuera a la vez “deseante y deseado”.
Dice
Flantains en uno de sus primeros poemas: «¡Ojalá pudiese quedarme para siempre
/ con el Sembrador de Estrellas!». Para la autora de estos versos, que
intertextualizan la bella metáfora que escribió Antonio Machado, Dios –no el
católico, por supuesto, sino el posmoderno- es un ente superior y desconocido,
Creador de todas las cosas y cuya existencia –por más que a algunos nos parezca
disparatada («Te veo y no Te veo / Te siento y no Te siento»)- se deja sentir
en lo más minúsculo y cotidiano («Remera soy en la taza de café») hasta en lo
más grande y alejado («a la suerte de un impulso sideral»).
Como
bien sabe la autora de Phi, siempre
en busca de un «equilibrio áureo», Dios es invisible, como lo son, por ejemplo,
las partículas subatómicas o las estrellas más lejanas que se escapan del
alcance de los más modernos telescopios fabricados por el hombre. Pero eso no
quiere decir que no existan, sino que, como poetas que somos, con ojo siempre
avizor, estamos obligados a ir más allá e intuir lo inefable («Llegar a las
cosas que no tienen nombre», nos recuerda la poeta) en un viaje trascendental
que nos convierta en cáusticos proletarios al servicio de un «Dios muerto».
Pues en
eso consiste, precisamente, el «misticismo posmoderno»: en creer en la existencia
de un Dios que no existe. Insiste el oxímoron: «oraba a sus dioses marranos por
él / con tanta fe que daba miedo». Si Dios no existe, si se ha convertido con
el paso de los años en una simple «fruslería», no deja de ser sintomático que
malgastemos nuestras efímeras vidas en una eterna búsqueda que no tiene fin. De
hecho, si por un momento nos parásemos a pensar, parecería lógico concluir que,
como hace Maldoror en su libro, solo cabe -en este infierno que nos ha tocado soportar-
pedir clemencia y limitarse a vivir el presente.
En
este sentido, la poemogonía de
Cristina Flantains guarda muchas concomitancias con las enseñanzas del maestro
vallisoletano Jorge Guillén: «por él vivo, por él respiro, por él acontezco». O
dicho de otra forma: mientras podamos decir que respiramos (que el aire es
nuestro), podemos decir también que vivimos y, por lo tanto, que acontecemos en
un «instante vivido». En lo poético, no hay pasado ni futuro, solo un jubiloso
«Ahora» que como un «presentimiento transversal» atraviesa nuestra
insignificante historia particular y la de todos.
Y es
que, en resumidas cuentas, lo que propone Cristina Flantains en La quilma del Sembrador es que nada hay
más allá de la muerte: nada hay detrás de un Dios entendido como eterno descanso…
Pues que así sea y así cumplamos su voluntad, exprimiendo la vida que nos ha
tocado vivir verso a verso, estrofa a estrofa… Hasta alcanzar el último y
definitivo verso de nuestras vidas.
David
Acebes Sampedro
lunes, diciembre 16, 2019
sábado, agosto 31, 2019
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jueves, mayo 09, 2019
TamTam Press. La quilma del sembrador
(pincha aquí para ir a TamTam Press)
:: Dos poemas de ‘La quilma del sembrador’
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuesen su casa
como si fuese la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma. Bebe.
no hay otra vida en que vivir
no hay otro camino que seguir.
no hay otro descanso más que en Ti
El día 9 de Mayo del 2019 se presenta en León en el Ret Malut mi segundo poemario La quima del sembrador ( y la clencia de Maldoror). El editor es Hector Escobar con su sello editorial Eolas Ediciones. Me presenta el poeta Antonio Manilla. A la guitarra el cantautor Javier Martín Marín. La preciosa foto de la portada es de la fotógrafo Guada Gijon.
Un día para el recuerdo. Y los agradecimientos son infinitos.