VERSOS EN SOMOZA

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jueves, mayo 09, 2019


TamTam Press. La quilma del sembrador


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La poeta y narradora leonesa Cristina Flantains presenta este jueves 9 de mayo su segundo poemario, ‘La quilma del sembrador’ (Eolas Ediciones). Será en el bar cultural Ret Marut (León) a partir de las 20:30 horas. La autora estará acompañada por el también poeta Antonio Manilla y por el editor Héctor Escobar. Entrada libre.
Cristina Flantains saca a la luz este nuevo libro tres años después de su primer poemario, ‘Phi’(Piediciones, 2016). Y si aquél primer libro fue concebido como “un viaje a través del deseo, el azar, el tiempo y la muerte”, éste se nutre de experiencias y anhelos vitales que la autora introduce en su zurrón, como si fueran pequeños granos o miguitas que luego va soltando, poco a poco, para marcar el itinerario de ese camino inescrutable que nunca se desanda, y que en el fondo no nos conduce más que hacia lo que somos o incluso, con suerte, hacia lo que nos gustaría ser.
El título completo, ‘La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror)’, contiene una referencia expresa a “Los cantos de Maldoror”, un libro publicado en 1869 por el escritor Isidore Ducasse, más conocido por su seudónimo de Conde de Lautréamont, considerado el gran renovador de la poesía francesa del siglo XIX e incluso un precursor del surrealismo. Pero, a diferencia de Lautréamont (“Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura”), los poemas de Cristina Flantains parecen ahondar en lo que nos hace ser personas humanas y actuar de una forma u otra, a veces contradictoria, queriendo siempre ir más allá de todo, en el intento de entender qué hacemos en este mundo (“Y cuando consiga abrir / la puerta grande que en medio del muro / de ladrillo rojo espera, espera cerrada, cerrada, / será rayo de luz”), en el intento, también, de comprender cómo somos a partir del pensamiento y las emociones (“llegar a las cosas que no tienen nombre / bajo el celaje azul del áspero día / arisco como la palma que acaricia / con los nudillos rotos tras la ira urente”) y del amor (“Ábrase la puerta de / este corazón sin rumbo, / pues amar no es camino ni mapa ni guía”).
Como escribe Cary Gil Sáenz de Miera en la solapa, “Cristina Flantains es, sobre todo, una mujer creadora, espiritual, luchadora, y con la capacidad de expresar, tanto en la poesía como en sus relatos, la conmoción, ahora dulce ahora desgarradora, que mueve al lector en su quietud vital. Su escritura no deja a nadie indiferente pues toca todas las esferas del ser humano. Planteamientos vitales, políticos, amorosos, dudas existenciales plasmadas en letras armoniosas, palabras de exquisita belleza que son el reflejo de su personalidad. Nada esquiva, no huye de nada ni de nadie y se enfrenta a la hoja vacía desde su naturalidad, desde su yo auténtico de quien todo que transmitir”.
La propia Cristina Flantains reconocía hace algún tiempo —en una entrevista con Manuel Cuenya— que ella bebe de muchas fuentes literarias (“Machado sobre todas las cosas, Azorín, Unamuno, Baroja, Nabokov, Dostoievski, Chéjov,  las Brontë, James Austen, Pizarnik, Colette, Juan Pedro Aparicio, Mestre, Gamoneda, Doris Lessing, Alberto Chimal, Djuna Barnes, Stendhal…”), en una lista sin fin.
Su nuevo libro, que se abre precisamente con una cita de Machado (“Tal vez la mano, en sueños, / del sembrador de estrellas, / hizo sonar la música olvidada…”), está dividido en tres capítulos (cada uno de ellos arranca con una cita de “Los cantos de Maldoror”), encuadrados entre un prólogo y un epílogo que se podrían tomar como alusivos al sentido de la escritura y la eterna búsqueda de palabras verdaderas.

:: Dos poemas de ‘La quilma del sembrador’

PRÓLOGO
El latido y el vaso
Se llena
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuesen su casa
como si fuese la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma. Bebe.
— — —
EPÍLOGO
Vida, camino y sueños
Yo vivo en la vida que Tú vives
no hay otra vida en que vivir
y en Tus huellas encuentro mi camino
no hay otro camino que seguir.
y sueño los sueños que Te sueñan
no hay otro descanso más que en Ti

Eloisa Otero




El día 9 de Mayo del 2019  se presenta en León en el Ret Malut mi segundo poemario La quima del sembrador ( y la clencia de Maldoror). El editor es Hector Escobar con su sello editorial Eolas Ediciones. Me presenta  el poeta Antonio Manilla. A la guitarra el cantautor Javier Martín Marín. La preciosa  foto de la portada es de la fotógrafo Guada Gijon.

Un día para el recuerdo. Y  los agradecimientos son infinitos.
















Presentación

Uno no es crítico ni dueño de un blog de esos que van repartiendo carnet de poeta, pontificando sobre lo que sea la verdadera poesía. Uno no es crítico, sino humilde reseñista y, sobre todo, lector, así que vengo aquí a compartir mi impresión de lectura con vosotros del nuevo libro de Cris Flantains, un libro que viene a confirmar una voz, que es a lo que aspira cualquier poeta que sea consciente del exceso de ruido —también literario— que hay en el mundo e incluso en pequeñas ciudades como la nuestra.
Mi impresión de lectura: unas pinceladas personales sobre las que algo seguramente dirá después la autora, desde luego con toda la autoridad del mundo.
Y seré breve: estamos todos aquí para escuchar los nuevos poemas de este segundo libro de Cristina Flantains, La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror). El protagonismo está reservado a ella y a sus poemas.

Si me exigieran resumirlo en una sola frase, diría que estamos ante un poemario de corte existencial, un libro de dudas y certezas.
Y, luego, que a mí me parece que tiene tres secciones dedicadas, grosso modo, a Pasado-Presente-Futuro.
Y, además, tres poemas en prosa que se titulan como “capítulos”, no estoy seguro si como señalando cierta intención narrativa, esa sería la primera cuestión que, de estar a ese lado de la mesa, yo le haría a Cris en el turno de preguntas.
Tres poemas en prosa inspirados en Los cantos de Maldoror de Lautréamont, un poema que desde su publicación en el siglo XIX se ha considerado sin posible exégesis ni glosa. Hay que leerlo.
LosCantos, siempre se ha dicho, hablaban del Mal con mayúscula. Pero conocemos una carta de Lautréamont a su editor, que se resistía a publicar su libro, donde dejó escrito: «He cantado el mal como lo hicieron Byron, Milton, Baudelaire, etc. Naturalmente he exagerado la nota para innovar en tan sublime literatura que solo canta la desesperación para oprimir al lector y hacer que desee el bien como remedio…».

La quilma del sembrador. El sembrador es un personaje machadiano de Soledades. Galerías. Otros poemas. Con su cita se abre el volumen.

Tal vez la mano, en sueños,
del sembrador de estrellas,
hizo sonar la música olvidada

como una nota de la lira inmensa,
y la ola humilde a nuestros labios vino
de unas pocas palabras verdaderas.


 “Lo que viene de fuera”: el que siembra y acaso no mira por lo sembrado nunca más, quizá un dios indolente, cuya indolencia es nuestra libertad. O la poesía. “Unas pocas palabras verdaderas”: eso es la poesía. Ese breve poema de Antonio Machado era toda una poética.
El poema Prólogo del libro de Cristina Flantains también lo es: nos pone sobre aviso.


El latido y el vaso

Se llena
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuera su casa
como si fuera la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma.Bebe


         Ofrenda del corazón, su sangre va a ser ofrecida para que la leamos en el caliz del libro “unas pocas palabras verdaderas”.

Capítulo 1:
Maldoror: sintaxis rota, alterada. “Un infeliz que un día fue bueno y fue feliz”. Desamparo. Remordimiento. También “la imposibilidad de dejar de ser”.
He dicho que cada una de las partes a mí me parece que está dedicada a un tiempo, pero no es algo indiscutible.
Aquí comienza el pasado: “aquellos días sin nombre ni equipaje”. Y la música de las estrellas, en ese “impulso sideral” del que Claudio Rodríguez ya nos advirtió que la luz viene del cielo siempre. Se producen algunas rupturas barrocas del lenguaje. Se nos presenta al amor como monstruo que gira en el que acaso sea el único poema netamente amoroso de todo el libro, titulado “El encuentro”. Recuerdo una escena original de Maldoror: cuando clama por un hombre que sea bueno, pidiendo que le muestre ese monstruo. Acaso nos esté aquí indicando Cris algo sobre el amor y el bien.
Me parece que predominan en esta primera sección la insistencia del azul y de la luz y de la memoria. “Dudas, horas silenciadas y sin sangre”. “La luz que es silencio”.

Capítulo 2:
Esta segunda entrada de Maldoror versa sobre el “vacío” que quedaría tras una hipotética eliminación del Mal. “Luz así no queremos”, nos dice la poeta. Retoma imágenes de Los cantos, como las de la luciérnaga gigante y la prostituta. “Querer ser como se es”. “Hacer de su miseria grandeza”. Este poema plantea dudas sobre la verdad y sobre lo divino.
Quiero citar ahora la foto de cubierta que el editor ha puesto al libro, una foto virada de color, la imagen de unos árboles en un pantano. Una sugerencia especular, antagónica, bipolar. Muy pertinente: ilustra lo que no comprendemos del todo.
Es el tiempo que a mí se me antoja el presente.

La casa

Mi casa tiene unas puertas grandes
en medio de un muro de ladrillo rojo
y tiene, también, un esbelto tejado
que hace resbalar la nieve y la lluvia
casi sin dales tiempo a tocarlo.
Detrás de las puertas cerradas, cerradas,
debajo del tejado  de acertada cumbre,
dentro del muro de ladrillo rojo
están los restos de un viejo fuego
y los pedazos de algún cataclismo
y una vieja maleta que alguien
se olvidó de deshacer.

         Mi casa es poniente,
punto cardinal del punto donde
el sueño sueña, es instante que crucifica,
la gota de sangre que redime,
la risa que no cesa. Y cuando consiga abrir
la puerta grande que en medio del muro
de ladrillo rojo espera, espera cerrada, cerrada,
será rayo de luz.


También escribe un nombre en una pared para no olvidarlo, pero el muro termina derrumbándose por la acción del tiempo.
Nos dice que tiene “la espalda desollada de no entender”.
Aparecen poemas de madre o hijo o hermano: “hay que hablar de vivir”, subraya al poco, ya en la tercera parte.
Debemos “supurar en clave de amor” las heridas. “Vivir en silencio ajeno”, acallando la rabia del vivir.

Capítulo 3: 
Es el futuro. El momento sobre el que “sospechar sin tregua”, eternamente. Y, sin embargo, esta sección aborda, me parece, la esperanza y el sueño por los que se vive y se alienta.
El sueño o sueños en que se encuentra en cada jornada motivo “para amar la vida sobre todas las cosas”.
Una vida sin dioses, una ética civil, laica. Nos habla en algún poema de “los yonquis del perdón”, los “colgados de la vida eterna”, aquellos que ponen fuera del hombre la razón de su esperanza.
“De perro echado al sol aprendiz eres”, nos dice volviendo a trastocar las cláusulas de la oración al modo barroco, con sintaxis latina, recordando al perro Diógenes, al desnudo Diógenes el Cínico, que respondió a Alejandro Magno, cuando este le ofreció que le daría lo que pidiera: “Apártate, que me quitas el sol”.
“La contaminada caridad” es abatida en un solo verso, que la define así: “conciencia que se vacía en infierno ajeno”.  De las tres virtudes teologales del cristianismo, fe, esperanza y caridad, ya nada más queda una esperanza en el sueño. Y, acaso, en “la rabia que nace de la injusticia”.
Aquí uno recuerda la definición que Camus dio: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”.
Pero en otro poema, un poema tremendo, estupendo, Cristina —con esto termino— envidia, desde el vacío existencial, su ansia de poder tener al menos “miedo”.
Nos confiesa: “Nada pretendo de este tiempo que transito”.

Antonio Manilla