El día 9 de Mayo del 2019 se presenta en León en el Ret Malut mi segundo poemario La quima del sembrador ( y la clencia de Maldoror). El editor es Hector Escobar con su sello editorial Eolas Ediciones. Me presenta el poeta Antonio Manilla. A la guitarra el cantautor Javier Martín Marín. La preciosa foto de la portada es de la fotógrafo Guada Gijon.
Un día para el recuerdo. Y los agradecimientos son infinitos.
Uno no
es crítico ni dueño de un blog de esos que van repartiendo carnet de poeta,
pontificando sobre lo que sea la verdadera poesía. Uno no es crítico, sino
humilde reseñista y, sobre todo, lector, así que vengo aquí a compartir mi
impresión de lectura con vosotros del nuevo libro de Cris Flantains, un libro
que viene a confirmar una voz, que es a lo que aspira cualquier poeta que sea
consciente del exceso de ruido —también literario— que hay en el mundo e
incluso en pequeñas ciudades como la nuestra.
Mi impresión de lectura: unas pinceladas
personales sobre las que algo seguramente dirá después la autora, desde luego
con toda la autoridad del mundo.
Y seré breve: estamos todos aquí para escuchar
los nuevos poemas de este segundo libro de Cristina Flantains, La quilma del sembrador (y la clemencia de
Maldoror). El protagonismo está reservado a ella y a sus poemas.
Si me exigieran resumirlo en una sola frase,
diría que estamos ante un poemario de corte existencial, un libro de dudas y
certezas.
Y, luego, que a mí me parece que tiene tres
secciones dedicadas, grosso modo, a Pasado-Presente-Futuro.
Y, además, tres poemas en prosa que se titulan
como “capítulos”, no estoy seguro si como señalando cierta intención narrativa,
esa sería la primera cuestión que, de estar a ese lado de la mesa, yo le haría
a Cris en el turno de preguntas.
Tres poemas en prosa inspirados en Los cantos de Maldoror de Lautréamont,
un poema que desde su publicación en el siglo XIX se ha considerado sin posible
exégesis ni glosa. Hay que leerlo.
LosCantos,
siempre se ha dicho, hablaban del Mal con mayúscula. Pero conocemos una carta
de Lautréamont a su editor, que se resistía a publicar su libro, donde dejó
escrito: «He cantado el mal como lo hicieron Byron, Milton, Baudelaire, etc.
Naturalmente he exagerado la nota para innovar en tan sublime literatura que
solo canta la desesperación para oprimir al lector y hacer que desee el bien
como remedio…».
La
quilma del sembrador. El sembrador es un personaje machadiano
de Soledades. Galerías. Otros poemas.
Con su cita se abre el volumen.
Tal
vez la mano, en sueños,
del
sembrador de estrellas,
hizo
sonar la música olvidada
como
una nota de la lira inmensa,
y
la ola humilde a nuestros labios vino
de
unas pocas palabras verdaderas.
“Lo que
viene de fuera”: el que siembra y acaso no mira por lo sembrado nunca más,
quizá un dios indolente, cuya indolencia es nuestra libertad. O la poesía.
“Unas pocas palabras verdaderas”: eso es la poesía. Ese breve poema de Antonio
Machado era toda una poética.
El poema Prólogo
del libro de Cristina Flantains también lo es: nos pone sobre aviso.
El latido y el vaso
Se llena
se colma
rebosa
luego se
derrama
sobre las palmas de las manos
corriendo por los dedos
como si fuera su casa
como si fuera la sangre
de esas manos o el latido mismo
que desde el epicentro del pecho
se llena, se colma, rebosa y luego se
derrama
cayendo, al fin, en la hoja blanca
que, ya cáliz, espera.
Toma.Bebe
Ofrenda del corazón, su sangre va a ser
ofrecida para que la leamos en el caliz del libro “unas pocas palabras
verdaderas”.
Capítulo 1:
Maldoror:
sintaxis rota, alterada. “Un infeliz que un día fue bueno y fue feliz”.
Desamparo. Remordimiento. También “la imposibilidad de dejar de ser”.
He dicho que cada una de las partes a mí me
parece que está dedicada a un tiempo, pero no es algo indiscutible.
Aquí comienza el pasado: “aquellos días sin
nombre ni equipaje”. Y la música de las estrellas, en ese “impulso sideral” del
que Claudio Rodríguez ya nos advirtió que la luz viene del cielo siempre. Se
producen algunas rupturas barrocas del lenguaje. Se nos presenta al amor como
monstruo que gira en el que acaso sea el único poema netamente amoroso de todo
el libro, titulado “El encuentro”. Recuerdo una escena original de Maldoror:
cuando clama por un hombre que sea bueno, pidiendo que le muestre ese monstruo.
Acaso nos esté aquí indicando Cris algo sobre el amor y el bien.
Me parece que predominan en esta primera
sección la insistencia del azul y de la luz y de la memoria. “Dudas, horas
silenciadas y sin sangre”. “La luz que es silencio”.
Capítulo 2:
Esta
segunda entrada de Maldoror versa sobre el “vacío” que quedaría tras una
hipotética eliminación del Mal. “Luz así no queremos”, nos dice la poeta.
Retoma imágenes de Los cantos, como
las de la luciérnaga gigante y la prostituta. “Querer ser como se es”. “Hacer
de su miseria grandeza”. Este poema plantea dudas sobre la verdad y sobre lo
divino.
Quiero citar ahora la foto de cubierta que el
editor ha puesto al libro, una foto virada de color, la imagen de unos árboles
en un pantano. Una sugerencia especular, antagónica, bipolar. Muy pertinente:
ilustra lo que no comprendemos del todo.
Es el tiempo que a mí se me antoja el presente.
La casa
Mi casa tiene unas puertas grandes
en medio de un muro de ladrillo rojo
y tiene, también, un esbelto tejado
que hace resbalar la nieve y la lluvia
casi sin dales tiempo a tocarlo.
Detrás de las puertas cerradas, cerradas,
debajo del tejado de acertada cumbre,
dentro del muro de ladrillo rojo
están los restos de un viejo fuego
y los pedazos de algún cataclismo
y una vieja maleta que alguien
se olvidó de deshacer.
Mi
casa es poniente,
punto cardinal del punto donde
el sueño sueña, es instante que crucifica,
la gota de sangre que redime,
la risa que no cesa. Y cuando consiga abrir
la puerta grande que en medio del muro
de ladrillo rojo espera, espera cerrada, cerrada,
será rayo de luz.
También escribe un nombre en una pared para no
olvidarlo, pero el muro termina derrumbándose por la acción del tiempo.
Nos dice que tiene “la espalda desollada de no
entender”.
Aparecen poemas de madre o hijo o hermano: “hay
que hablar de vivir”, subraya al poco, ya en la tercera parte.
Debemos “supurar en clave de amor” las heridas.
“Vivir en silencio ajeno”, acallando la rabia del vivir.
Capítulo 3:
Es
el futuro. El momento sobre el que “sospechar sin tregua”, eternamente. Y, sin
embargo, esta sección aborda, me parece, la esperanza y el sueño por los que se
vive y se alienta.
El sueño o sueños en que se encuentra en cada
jornada motivo “para amar la vida sobre todas las cosas”.
Una vida sin dioses, una ética civil, laica.
Nos habla en algún poema de “los yonquis del perdón”, los “colgados de la vida
eterna”, aquellos que ponen fuera del hombre la razón de su esperanza.
“De perro echado al sol aprendiz eres”, nos
dice volviendo a trastocar las cláusulas de la oración al modo barroco, con
sintaxis latina, recordando al perro
Diógenes, al desnudo Diógenes el Cínico, que respondió a Alejandro Magno,
cuando este le ofreció que le daría lo que pidiera: “Apártate, que me quitas el
sol”.
“La contaminada caridad” es abatida en un solo
verso, que la define así: “conciencia que se vacía en infierno ajeno”. De las tres virtudes teologales del
cristianismo, fe, esperanza y caridad, ya nada más queda una esperanza en el
sueño. Y, acaso, en “la rabia que nace de la injusticia”.
Aquí uno recuerda la definición que Camus dio: “¿Qué
es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”.
Pero en otro poema, un poema tremendo,
estupendo, Cristina —con esto termino— envidia, desde el vacío existencial, su
ansia de poder tener al menos “miedo”.
Nos confiesa: “Nada pretendo de este tiempo que
transito”.
Antonio
Manilla
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