Setenta años y un día
Insaciable afán de ser inalcanzable
místico, profundo... y necio.
Ha caído tantas veces así,
sobre la suave línea del horizonte,
recreándose en esa lejanía.
Y sin embargo,
esta anochecida más, sin santo y sin seña,
que se regala como una diva en mis ojos cansados,
me sigue inspirando, empujando,
en un ancestral aliento, que,
presiente tras el trazo
del germen que fecunda y anida.
Tantos días
No me canso de su distancia
arrogante.
Ni de cómo se miden los minutos
que quedan en el ángulo muerto, que,
el árbol traza con alargada sombra.
Ni de su color.
Ni de su olor a hembra que descansa, como el mío,
en el ruido fatigado de esa brisa con vocación viajera;
como si fuera una tregua, la tregua de una terrible furia.
Yo soy horizonte también
para aquel que desde aquella línea mira
a la puesta de sol a la caída.
®
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