Canción de cuna para Tsvetan fué publicado en la revista The Children´s Book of American
Birds nº4, Ediciones Leteo ISSN:1886-2586, además es ganador del concurso semanal de EL TINTERO, concurso que se desarrollaba en Red de
escritores Netwriters.
CANCIÓN DE CUNA PARA TSVETAN
Conocí a un hombre que había matado
a un hombre. Al atardecer, cuando había terminado su trabajo, se sentaba en el
pasillo de alimentación de las cuadras de los caballos, sobre una de las
alpacas que estaban apiladas a un extremo, y se quedaba viendo cómo se ponía el
sol detrás de la colina.
—Quiero irme a Canadá —me dijo una
tarde.
—Por qué a Canadá —le pregunté.
Pero no me contestó.
—En Canadá hablan francés, ¿verdad?
—E inglés.
—¿Me puedes enseñar francés?
—Te puedo enseñar lo que tú quieras
aprender.
—También quiero un saco de boxeo, lo
colocaré ahí, en el granero, y los ratos que tenga libres podré entrenarme… hasta que
me vaya.
Una mosca se le posó en el brazo y
la atrapó en un ademán rápido y poderoso,
todos los músculos de su brazo se
tensaron y su puño sonrosado, blanquecino
en los nudillos, la sujetó
prisionera unos instantes, luego extendió la mano y la soltó pronunciando una
palabra que no entendí.
—Qué has dicho.
—Que vuele.
Arrastraba las palabras con su
acento búlgaro, “que vuele” sonó bonito, sonó bonito de verdad.
—No tiene sentido que la
aplaste, que vuele mientras pueda, que se coma toda la mierda que le quepa dentro,
durante el tiempo que pueda.
El sol se dibujaba hermoso sobre la línea de la colina, rojo como una
bola de fuego afilaba sus rayos contra las hojas de los robles, una brisa
fresca se levantó y las luces de las cuadras se empezaron a encender una por
una. Se pasó la mano por la frente y por el cuello.
—Qué calor hace.
—Si estás aquí para el invierno vas
a saber lo que es el frío de verdad.
—Yo ya sé lo que es el frío, todo el
frío del mundo.
—Cuando cruzaste la frontera por las
montañas, ¿verdad?
—Verdad.
Y volví a oír sus pasos sobre la
nieve aquella madrugada de marzo, y el ruido seco que escupió el fusil que
llevaba sujeto entre las manos, el chasquido serio que hizo el esternón al
quebrarse contra la bala, y el golpe de unas rodillas al hincarse en el suelo.
Oí el gorgojeo de la sangre que sale a borbotones. Lo volví a oír mientras él,
silencioso, arañaba con una pajita en el polvo del suelo, despreocupado ya de
las moscas, porque el sol se había puesto.
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