VERSOS EN SOMOZA

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martes, mayo 08, 2007




Canción de cuna para Tsvetan fué publicado  en la revista The Children´s Book of American Birds nº4, Ediciones Leteo ISSN:1886-2586, además es  ganador del concurso semanal de EL TINTERO, concurso que se desarrollaba en  Red de escritores Netwriters.




CANCIÓN DE CUNA PARA TSVETAN

Conocí a un hombre que había matado a un hombre. Al atardecer, cuando había terminado su trabajo, se sentaba en el pasillo de alimentación de las cuadras de los caballos, sobre una de las alpacas que estaban apiladas a un extremo, y se quedaba viendo cómo se ponía el sol detrás de la colina.


—Quiero irme a Canadá —me dijo una tarde.
—Por qué a Canadá —le pregunté.

Pero no me contestó.

—En Canadá hablan francés, ¿verdad?
—E inglés.
—¿Me puedes enseñar francés?
—Te puedo enseñar lo que tú quieras aprender.
—También quiero un saco de boxeo, lo colocaré ahí, en el granero, y los ratos que tenga libres podré entrenarme… hasta que me vaya.

Una mosca se le posó en el brazo y la atrapó en un ademán rápido y poderoso,
todos los músculos de su brazo se tensaron y su puño sonrosado, blanquecino
en los nudillos, la sujetó prisionera unos instantes, luego extendió la mano y la soltó pronunciando una palabra que no entendí.

—Qué has dicho.
—Que vuele.

Arrastraba las palabras con su acento búlgaro, “que vuele” sonó bonito, sonó bonito de verdad.

—No tiene sentido que la aplaste, que vuele mientras pueda, que se coma toda la mierda que le quepa dentro, durante el tiempo que pueda.

 El sol se dibujaba hermoso sobre la línea de la colina, rojo como una bola de fuego afilaba sus rayos contra las hojas de los robles, una brisa fresca se levantó y las luces de las cuadras se empezaron a encender una por una. Se pasó la mano por la frente y por el cuello.

—Qué calor hace.
—Si estás aquí para el invierno vas a saber lo que es el frío de verdad.
—Yo ya sé lo que es el frío, todo el frío del mundo.
—Cuando cruzaste la frontera por las montañas, ¿verdad?
—Verdad.

Y volví a oír sus pasos sobre la nieve aquella madrugada de marzo, y el ruido seco que escupió el fusil que llevaba sujeto entre las manos, el chasquido serio que hizo el esternón al quebrarse contra la bala, y el golpe de unas rodillas al hincarse en el suelo. Oí el gorgojeo de la sangre que sale a borbotones. Lo volví a oír mientras él, silencioso, arañaba con una pajita en el polvo del suelo, despreocupado ya de las moscas, porque el sol se había puesto.

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