VERSOS EN SOMOZA

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miércoles, junio 15, 2016



Fotograma del último día fue publicado en la antología Historias para hacer historias Cuento Cuentos Contigo de la Editorial Piediciones ISBN:987-84-945006-5-7


FOTOGRAMA DEL ÚLTIMO DÍA


Publius Cornelius Scipio Aemilianus,  procónsul de Pompeya, no era la primera vez que mataba aunque nunca lo había hecho como hoy. Una cosa era matar o morir luchando por el orgullo de Roma y otra bien distinta era matar como había matado aquella tarde, a plena luz del día, en su propia casa, movido por un sentimiento que no  estaba definido en el manual del buen legionario y arropado por un silencio sobrecogedor. ¿Había matado sin una buena excusa? Apretando los ojos no quería ni pensar en esta posibilidad. Aún jadeante por el esfuerzo y, sobre todo, por el sentimiento, se sentó en el borde del implivium, lleno a rebosar, y medio pasmado sumergió sus manos ensangrentadas, esperando que el agua, por si sola, fuera suficiente para limpiar la sangre y su olor dulzón. La sensación fresca del agua le animó: Le había matado de un solo golpe de cuchillo asestado en el cuello, rápido y eficaz. Ahora el recuerdo de su cara sonriente tendiéndole la mano, le tiene paralizado, ni por un momento se imaginó que había llegado el momento de morir.
 Julia Marciana aún lloraba en la alcoba, Publius la oía con precisión manifiesta, desesperadamente mansa, lloraba sin estridencias con tanta pena como nunca a nadie había oído llorar,  ni siquiera a las madres que perdían a sus hijos en el fragor del asalto a una aldea de bárbaros, de entre todos los lamentos que él había oído, aquel le parecía el más insoportable. Publius aguantó la respiración para escucharla sin interferencias mientras el agua esquivaba la sangre dentro del implivium: la sangre de las manos, las manos mismas. Absorto en la declaración de dolor y sus matices se preguntó si seguiría desnuda al pie de la cama abrazada aún al cuerpo del amate también desnudo. Al cuerpo de Marcus… al que no hacía tanto también él había amado. Cierra lo ojos y vuelve al momento en que los encontró, no podía caber más belleza en ese instante. Marcus y Julia juntos, abrazados con sus preciosos cuerpos vibrando bajo el mismo apetito, en el mismo auspicio, cabalgando sobre la misma cresta del placer, tan dolorosamente bellos ¿fue quizá esta la razón? De haber sido tan joven y tan bello, quizá no le hubiera matado, se hubiera quitado la túnica y  se hubiera metido con ellos en la cama, ninguno de los dos le hubiese dicho que no, al contrario ni siquiera le hubiesen dicho que no hoy, de hecho, Marcus, cuando notó su presencia le tendió la mano. ¿Por qué lo maté? Julia pronunciaba su nombre justo cuando él entraba por la puerta… Marcus
 Un ruido atronador le distrae, mira al cielo pensando en el Vesubio bajo cuya sombra la tarde se apresura. Por la apertura del impliviúm en menos de un segundo, el azul del cielo se vuelve gris y muy brillante, un olor nauseabundo le abrasa los pulmones y empiezan a llover piedras primero y luego ceniza, el Vesubio trona con tanta ira y con tanta fuerza, corre a la habitación en busca de Julia y de Marcus, también, aunque ya no esté.
      -¡No!- intenta gritar pero no le sale la voz, le abrasa la garganta- ¡No lo hagas!
Julia le mira, el pelo y la piel ya cubierto de ceniza y los ojos vidriosos. Cada vez que tose la sangre le sale a borbotones por el filo de la hoja del cuchillo que se está clavando en el vientre.

De rodillas en el suelo intenta llorar  pero no tiene aire para hacerlo. ¿Por qué les maté? Se pregunta una y otra vez, mientras la furia del Vesubio le silencia a golpe de ceniza y para siempre.
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